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Juan Gabriel, El Ídolo de las Multitudes

  • Alfondiabolo
  • 7 mar 2016
  • 4 Min. de lectura

Polémico, entrañable, único. Juan Gabriel, quizá el último gran ídolo de masas, entre su "Amor eterno", "Querida", "Siempre en mi mente" y lo que esté por venir; aún tiene mucho por entregar y cautivar, incluso, entre lo más refinado de la intelectualidad mexicana.



El Divo de Juárez ha dicho que "lo que se ve, no se juzga", y hasta en el ambiente "culturoso"diversos artistas han reconocido que también hay un espacio en su corazón intelectual para el mismísimo Juanga. Y es que, aceptémoslo, varias de sus canciones forman parte del paisaje sentimental del mexicano y el "Noa Noa" está tanto en la rocola de un bar de Neza como en el másin del territorio hipster. Su influencia les llega a todos, así que de gusto culposo... nada. Como ocurrió con el escritor Carlos Monsiváis, quien le dedicó el ensayo "Instituciones: Juan Gabriel", en el libro Escenas de pudor y liviandad. Monsi no oculta su admiración por el Divo de Juárez, al considerarlo un Ídolo (con mayúscula), pues es "quien retiene el falso amor de las multitudes más allá de lo previsible, más allá de los seis meses de un hit, de los dos años de la promoción exhaustiva, de los cinco años del impulso que no termina de desgastarse".


Hijo de Gabriel Aguilera Rodríguez y de Victoria Valadez Rojas, ambos campesinos, es bautizado como Alberto en honor al personaje de la historia cubana “El derecho de nacer”, llamado Albertico Limonta, de moda gracias a una radionovela de la XEW, y fue el menor de un total de 10 hermanos: Rosa, quien murió casi recién nacida; Virginia, su única y consentida hermana; José Guadalupe, Gabriel, Pablo, Miguel (ya fallecido) y 3 Rafaeles, quienes también murieron.


A los 4 años ingresó como interno en la escuela de mejoramiento social para menores, más conocida como “El tribunal”, donde permaneció por espacio de 8 años. A los 7 años de edad conoce al zacatecano Juan Contreras, maestro de hojalatería, quien le enseñó a trabajar. Alberto Aguilera siempre consideró a su maestro como un padre. En recuerdo a este hombre, posteriormente adoptaría el nombre de Juan, y Gabriel en memoria de su padre.

Antes de grabar como solista trabajó haciendo coros a grandes figuras de la canción como Roberto Jordán, Angélica María, Estela Núñez y César Costa.


Juan Gabriel cree con gran devoción en la música y quizás por ello ha creado canciones que se masifican en el sentir del mexicano. Agradecido por la música comenta: “Pues gracias a ella no soy un desgraciado: he tenido para comer, para hacer muchas cosas que no hubieran sido posibles si me hubiera dedicado a otra cosa. Es intangible, como lo es Dios.”


Y también afirma que:


“Las carencias económicas y sentimentales que Juan Gabriel pasó en la orfandad trocaron en una mina de sensibilidad interior, que desarrolló desde los cinco años.

Todas las personas que me dieron de comer, que me quitaron el hambre, me inspiraron a componer. Me contaban sus historias y yo no tenía otra manera de consolarlos más que con una pieza musical, y así fui aprendiendo. Con mis canciones no resolvían sus problemas, pero sí les creaba un momento de desahogo. Lloraban y me tenían más cariño y así crecí... Ojalá hubiera una escuela para aprender a no derramar tantas lágrimas. Por eso, la música es una manera de comunicarme con los míos, de agradecer que soy parte de cada persona que ha contribuido a mi realización.”


¿Por qué gusta Juan Gabriel?


Principalmente por su sencillez musical acompañada de letras que recogen ideas sobre el amor en todas sus variantes (filial, cortesano, romántico e, incluso, divino).

Atrae también por su personaje, que encarna valores arraigados profundamente en el ideario colectivo nacional: la gratitud, la primera parte de su nombre artístico es un homenaje a Juan Contreras, exmúsico de banda sordo que fue su primer maestro–, la devoción cristiana, Juan Gabriel jala por el amor a los padres, recordemos el monumento de amor póstumo a su madre que representó “Amor eterno”–, y se masifica popularmente por la generosidad, la amistad.


El conmueve también la historia de ascenso social por esfuerzo propio, arquetipo que funciona para seducir lo mismo a nivel de las telenovelas de peor factura que de las biografías de los modernos self-made men. En su vida encontramos elementos de algunas de las mejores películas de Pedro Infante, así como el drama de la miseria campesina, la encarcelación injusta y la marginación.


Para algunos la música de Juan Gabriel es basura, es 0 a la izquierda. Pero recordemos que esta polémica sobre su música es profunda. Más si analizamos sobre la historia de la música clásica veremos que en sus inicios la música clásica podía entenderse como un bandidaje que achataba el gusto del público y destruía una tradición con siglos de antigüedad. Y La Traviata, de Verdi, que hoy consideramos una obra de arte, nació como un producto hecho para complacer el gusto del gran público: hablaba un lenguaje desoladoramente simple, sintetizaba la humanidad en unos pocos modelos psicológicos superficiales y, para oídos habituados a Beethoven, musicalmente sonaba a pura vulgaridad. ¿Será así que al paso de las décadas Juan Gabriel logrará abrirse paso a través de las generaciones para encontrar nuevos oídos que conmover y cuerpos que incitar al baile? Es una respuesta que no está en nosotros, por más que consideremos su música loable o decadente. Mientras, queda el placer culposo de seguirlo escuchando.


ALFONDIABOLO

 
 
 

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